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Salvi y el noble arte del boxeo

Dom, 03/09/2023 - 18:13
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Carlos Raúl Martínez

Nunca he dado un puñetazo a nada ni nadie, en toda mi vida, pero desde hace muchos años he seguido con atención el noble arte del boxeo. Es cierto que con algunas contradicciones difíciles de resolver, tan cierto como que la atracción siempre ha podido claramente ante los argumentos negativos. Por un lado es complicado defender un deporte que habla de destrozar a tu rival, de duros golpes a la cabeza o al hígado para hacerlo, pero el boxeo tiene también mucho de liturgia, literatura, muchas lecciones de vida, además de ser un deporte que simplifica la competición, es uno contra el otro, con reglas, pero sin más, algo que necesita de una preparación extraordinaria. En juego, un dinero o la gloria, pero también tu propio cuerpo, el vencer o recibir un golpe que te mande a la lona inconsciente. Así de simple.

 Algunos boxeadores incluso han perdido la vida en un ring o han acabado con graves daños para los restos, pero serían incontables los púgiles a los que les ha pasado lo contrario, que el boxeo les ha salvado de una vida en el infierno que suele acabar o entre rejas o simplemente en una muerte temprana. Esto lo sabe bien Salvador Jimenez ‘Salvi’. El vallisoletano que en estos próximos meses luchará por defender un cinturón que le podría abrir las puertas de las grandes bolsas y olvidarse casi de un plumazo de las apreturas y de los encajes de bolillos para sacar su familia adelante. Pero claro, aquí las cosas son casi cara o cruz. O ganas y sigues adelante o pierdes y te sientes obligado a dar un paso atrás y replantearte si tanto esfuerzo merece la pena.

 Salvi es gitano de pura raza. Nació en el Barrio España y ahora vive en Pajarillos, dos lugares de donde parece más difícil salir adelante. Vivió una niñez y adolescencia complicada. Siempre metido en líos, con un ímpetu incontrolable y con una violencia mal encauzada que le impedía ser lo que tenía en mente y lo que le pedía su padre, una buena persona. Probó con el fútbol, pero lejos de calmarle lo empeoró. El boxeo lo cambió todo a tiempo. El gimnasio del Barrio España, donde aún sigue entrenando, se convirtió en su segunda casa, le enganchó. Fue el sitio perfecto para darle forma a todo ese fuego convertido en violencia que llevaba dentro.  Conoció a personas que habían pasado por lo mismo y a otras muchas con una energía diferente, Desde ese momento empezó a depurar su técnica. Él mismo cuenta que ya como boxeador amateur fue reclamado por el director de la prisión de Villanubla para mantener una charla con los presos. La sala estaba llena y después del acto tuvo oportunidad de compartir unos minutos con ellos. Allí se encontró con la gran mayoría de sus amigos de la infancia a los que había perdido la pista, quedó impactado y lógicamente pensó: “de la que me he librado” y siguió entrenando.

El boxeo está lleno de historias, de hazañas, de vidas increíbles, de finales inesperados, de personajes extraordinarios. Se puede decir que hablamos de la disciplina más rica en contenido, pero también el deporte más duro. Todas las modalidades ejercidas a partir de un cierto nivel exigen mucho en todos los sentidos, pero creo que el boxeo se lleva la palma. De hecho, es normal hablar de JUGAR al futbol o al baloncesto, o al rugby, pero nunca se habla de JUGAR al boxeo, por algo será.  Subir a un ring supone una preparación increíble tanto a nivel físico como mental. Los buenos púgiles son rapidísimos, con una capacidad para desarrollar los reflejos fuera de lo común. Necesitan fuerza y resistencia, pero una vez que a través de un entrenamiento militar consiguen eso, el elemento diferenciador está en la técnica. Es todo un mundo descubrir como tienes que rotar tu cuerpo para evitar un golpe, para lograr una combinación, para defender y contraatacar. Requiere de mucha destreza y de mucha sombra (ejercitar tus movimientos delante de un espejo sin rival enfrente), y de muchas horas centrado únicamente en eso. Los boxeadores están obligados a serlo en un ring, en el gimnasio y fuera de el, se convierte en una forma de actuar, en una forma de vida.

 En las cinco semanas previas al combate un púgil como Salvi se levanta a las 5:30 horas para correr 10 o 12 kilómetros, después desayuna y descansa antes de afrontar la sesión matinal de entrenamiento. Cuando acaba llega la comida, eso también es otro mundo y seguramente lo que peor llevan. Controlar el peso al máximo para llegar en perfectas condiciones al pesaje, sin una gota de grasa, grasa que por cierto recuperan en las horas que van desde el pesaje al combate, en las que pueden ganar hasta nueve kilos., supone una lucha casi psicológica con tu propio cuerpo muy desgastante. Pero claro este proceso tiene que llevar un control médico exhaustivo porque puedes llegar al ring hecho una mierda, pero bueno, esto es otra historia. Después de comer, descanso y luego vuelta al gimnasio para una larga y dura sesión que se puede ir a las tres horas. Ese es el día a día. No hay domingos ni festivos. A todo esto hay que sumar la familia, las inquietudes y preocupaciones que tiene todo el mundo. Es como tener que aislarte sin estarlo.

Solo con pasear un rato con Salvi por su barrio te sirve para darte cuenta de lo que significa para su gente. Más que como un ídolo, que lo es sobre todo para los más jóvenes, Salvi es la esperanza para muchos de sus vecinos. Es la confirmación de que se puede ser alguien respetado saliendo del lugar donde ellos viven. Es como una bandera a la que agarrarse entre tanta precariedad e incomprensión. A Salvi nadie le ha regalado nada lo que le convierte en una sana referencia. Ojalá le vaya bien.

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